Miradas desde África (I): Thomas Sankara
Conocido como el “Che africano”, Thomas Sankara fue uno de los políticos más importantes de la historia africana del pasado siglo. Precursor de muchas reivindicaciones actuales, hermanado con casi todas las luchas, su figura ha sido conscientemente silenciada, como ocurre a menudo con aquellos que, desde distintos ámbitos del pensamiento y la acción, tienen la osadía de intentar construir un mundo propio, alternativo al imperialismo dominante.
Hombre inteligente y de humor cultivado, nació el 21 de diciembre de 1949 en Yako, en la entonces colonia francesa del Alto Volta. A los 17 años ingresa en el ejército, única posibilidad de continuar los estudios para un joven de una familia no adinerada, y en 1970, tras finalizar su formación, es destinado a Madagascar. En Antananarivo asiste a los sucesivos levantamientos de estudiantes y trabajadores que derrocan el régimen neocolonial de Tsiranana, lo que causará en él un profundo impacto. Será allí donde se asentarán las bases de su formación ideológica y se desarrollarán tanto su conciencia de clase como su profunda convicción en la capacidad de transformación que posee la movilización popular.
La República del Alto Volta no fue reconocida como tal dentro de la Unión Francesa hasta finales de 1958, consiguiendo su plena Independencia como país el 5 de agosto de 1960. Maurice Yaméogo, su primer Presidente, ejerció una brutal represión política hasta que una huelga general paralizó la capital y le obligó a traspasar el poder al Jefe del Estado Mayor, Sangoulé Lamizana, quien se mantendrá en el cargo durante los siguientes 14 años, en los cuales la situación del país no hará sino empeorar hasta tornarse insostenible. A finales de 1980, tras numerosas huelgas y protestas, el coronel Saye Zerbo dará un golpe de Estado.
Al año siguiente, Sankara es ascendido a capitán y trasladado a la capital, Uagadugú. Pocos meses después, Zerbo le ofrece el puesto de Secretario de Estado de Información. Ya en esa primera época, Sankara empieza a hacerse conocido por su carisma y singularidad, pero su popularidad crecerá de manera definitiva cuando, tras discrepancias con el gobierno por la anulación del derecho de huelga y la afiliación sindical, decida dimitir, explicando sus motivos en una elocuente intervención en la televisión nacional.
Apenas un mes más tarde, es detenido y encarcelado a la espera de ser juzgado por un Tribunal militar. Sin embargo, la inestabilidad del gobierno de Zerbo precipita los acontecimientos y un nuevo golpe de Estado, apoyado por los sectores más progresistas del ejército, instaura en el poder al mayor Jean-Baptiste Ouédraogo en Noviembre de 1982.
Sankara recupera su libertad y es nombrado Jefe de gobierno a principios de 1983. Pero la política de Ouédraogo continúa bajo la órbita francesa y las diferencias entre ambos no hacen sino aumentar hasta que, el 17 de Mayo de ese mismo año, es encarcelado por segunda vez para poco después ser transferido a arresto domiciliario, lo que le permitirá participar en la organización del siguiente golpe de Estado.
Será su gran amigo Blaise Compaoré quien lo ejecute formalmente el 4 de Agosto de 1983. Sankara asumirá la Jefatura del Estado y cambiará el nombre colonial del país, Alto Volta, por el de Burkina Faso, “el país de los hombres íntegros”.
La Revolución de Sankara
Con el objetivo de sanear la agricultura y mejorar las infraestructuras, diseña el «Plan de Economía Popular» mediante el cual impulsa una reforma agraria a la vez que implementa un ambicioso programa de construcción nacional.
Se expropian tierras a grandes propietarios, se suprimen privilegios, como el impuesto colonial, del que se beneficiaban principalmente las autoridades tradicionales, y se inicia la construcción de sistemas que permitan paliar el acuciante problema del agua en el país. Con estas medidas, consigue triplicar el nivel de producción de trigo de la región y alcanzar el objetivo fijado de “dos comidas y diez litros de agua al día por habitante”.
Auténtico precursor de las luchas medioambientales, compartió y defendió muchas de las demandas de los movimientos ecologistas. Consciente de los problemas de la creciente desertización de la región, diseñó un programa de reforestación ambiental nacional basado en “tres luchas fundamentales”: el control de los animales sueltos, la prohibición de la quema de rastrojos y el impulso de programas locales de reforestación, con los que bajo el lema “un pueblo, un bosque” consiguió implicar a comunidades enteras.
Hospitales y escuelas se construyeron por todo el país, gracias a lo cual se duplicó la tasa de escolarización, y se implementó una ambiciosa campaña de vacunación contra la polio y la meningitis que alcanzó a 2 millones y medio de personas en una semana y por la que recibió la felicitación de la OMS. Se rehabilitaron casas, se edificaron otras nuevas, de construcción pública, y se ampliaron en más de 100 km las vías férreas que comunicaban la capital con las regiones más aisladas del Norte del país.
Ante la falta de fondos y buscando disminuir el nivel de dependencia de la ayuda internacional, que considera contraproducente pues “el que te alimenta impone su poder sobre ti”[1], Sankara decide organizar grupos de trabajo ciudadanos, en los que los miembros del gobierno están también obligados a participar.
Complementariamente, pone fin a los privilegios y corruptelas de la casta gobernante. Reduce los salarios de los funcionarios públicos, empezando por los de la clase dirigente y el suyo propio, y suprime lo que considera gastos superfluos: elimina los viajes de avión en primera clase, vende los costosos Mercedes que servían para los desplazamientos de los miembros del gobierno y los sustituye por Renault 5 y se niega a instalar aire acondicionado en su despacho, aduciendo que es un lujo al que la mayoría de la población no tiene acceso.
No obstante, si en algo fue pionero Sankara es en su defensa del papel de las mujeres, en su concepción feminista e inclusiva de la lucha social. En un país con una estructura social fuertemente patriarcal, realizó desde el principio una fuerte apuesta por incluirlas en todos los aspectos de la nueva sociedad en igualdad de condiciones que los hombres. Consciente de que “atañe a las mujeres mismas impulsar sus reivindicaciones y movilizarse para conquistarlas”[2], creó la Unión de las Mujeres de Burkina (UMB) y promulgó leyes determinantes. Prohibió la mutilación femenina y la poligamia, combatió los desniveles educativos en cuestión de género, impulsando la escolarización de niñas y castigando los matrimonios forzados, y planteó cuestiones en torno al poder en el seno de la familia y a los problemas de violencia a los que las mujeres se veían sometidas. Pero más allá de las medidas, fue el primer jefe de Estado africano en incorporarlas a puestos de responsabilidad política distintos a los tradicionalmente reservados para ellas, poniendo en práctica la paridad mucho antes de que otros siquiera la formulasen y visibilizando política y socialmente una realidad que ya antes había formulado: “las mujeres sostienen la otra mitad del cielo”[3].
Frente al sometimiento a las políticas imperialistas de otros mandatarios, realiza constantes llamamientos en pos del panafricanismo, “África para los africanos”[4] llegará a decir parafraseando a Monroe, como única forma de afrontar el complejo y polarizado escenario de la época, en el que el continente es usado como campo de batalla constante.
Para incrementar el crecimiento, aboga por revitalizar la producción y el consumo interno. Con este objetivo, populariza el uso del faso dan fani, prenda tradicional confeccionada con algodón local y tejida por artesanos del país que los funcionarios estaban obligados a vestir al menos dos veces en semana. “Vivir de manera africana es la única manera de vivir libres y dignos”[5], dirá haciendo hincapié en la importancia de la recuperación de la historia y la cultura propias para poner fin a la desintegración y el expolio africanos.
Contrario también al “monopolio del pensamiento, la imaginación y la creatividad”[6] impuesto desde Occidente, desde el principio se propone impulsar la producción cultural y artística del país con el objetivo de que pueda encontrar su propio modelo de desarrollo. Así, a finales de 1983, poco después de su llegada al poder, inaugura la Primera Semana Nacional de la Cultura.
No obstante, no sólo por la unidad africana alzó su voz. Adelantándose a las muchas formulaciones actuales de los movimientos antiglobalización, sostuvo que “una solidaridad especial une a los continentes de Asia, América Latina y África, en un mismo combate contra los mismos traficantes políticos y los mismos explotadores económicos”[7].Comprometido con cuántas luchas se desarrollaron en la época, “queremos ser los herederos de todas las revoluciones del mundo”[8] dijo, defendió incansablemente los derechos del pueblo palestino o el saharaui, denunció la política racista de la Sudáfrica del apartheid, reclamando su expulsión ante la Asamblea General de Naciones Unidas, y se solidarizó con movimientos de liberación nacional y causas progresistas a lo largo y ancho del mundo.
Una muerte anunciada
Así las cosas, pasados cuatro años de su llegada al poder, Sankara contaba ya con enemigos en todos los frentes. La oligarquía burkinesa y las autoridades tradicionales, a las que había arrebatado privilegios, una parte del ejército, que aspiraba a una mayor facilidad de enriquecimiento dentro de la administración, otros presidentes africanos, que veían peligrar sus gobiernos despóticos, y, sobre todo, los países occidentales, temerosos de que sus pretensiones de librarse del dominio neocolonial para tener una voz propia en el mundo acabasen por contagiarse.
Es el caso de Francia, la ex metrópoli, con la que las relaciones nunca fueron buenas pero terminarán de estropearse tras la visita de Miterrand a Burkina Faso en Noviembre de 1986. Pocas semanas antes, había sido Pieter Botha, presidente sudafricano y ferviente defensor del apartheid, quien había sido recibido en Francia con todos los honores. Sankara no deja pasar la oportunidad de mostrar una vez más públicamente su oposición: “Aquellos que le han permitido actuar de la manera en que lo hicieron, tendrán responsabilidad por ello, aquí y en cualquier sitio, ahora y siempre”[9], dice en la rueda de prensa conjunta ante un entre sorprendido y airado Miterrand, quien coloca la mano de forma condescendiente en su hombro y, achacando a su juventud la claridad de sus opiniones, sentencia: “va usted demasiado lejos”[10].
Sin embargo, son muchos los testimonios que afirman que, pese a saberse en peligro, ya que había sido advertido por terceros países, amigos y colaboradores acerca de los planes para traicionarle, decidió seguir adelante.
“Muchos me precedieron, otros vendrán detrás de mí. Pero sólo algunos pocos tomarán decisiones”[11]. Así pues, dispuesto a no dejarse amedrentar, apenas tres meses antes de su asesinato, denunciará la ilegitimidad e inmoralidad de la deuda externa durante la celebración de la Cumbre de Jefes de Estado Africanos de Addis Abeba. “La deuda es el neocolonialismo”[12] dirá antes de anunciar su negativa a pagarla, proponiendo analizarla desde sus orígenes, teniendo en cuenta todo lo que África ha aportado al desarrollo de otras naciones, y llamar al resto de países a unirse. A pesar de los aplausos y vítores, algunos entre jocosos y divertidos, con los que su propuesta fue recibida, advirtió de que si su país era el único en secundarla, no asistiría a la próxima reunión. Pocos entendieron la seriedad de su mensaje, pero entre ellos se encontraban los franceses, atentos siempre a cualquier movimiento que pudiese desestabilizar el control de sus antiguas colonias y a quienes terminó de agotárseles la paciencia.
Consciente o no de la brevedad de su tiempo, Sankara pronunciará en uno de sus últimos discursos, durante un homenaje celebrado en Uagadugú al Che Guevara en el 20º aniversario de su asesinato, el que es considerado por muchos como su epitafio: “Es verdad, las ideas no se matan. Las ideas no mueren”[13].
Una semana después, el 15 de Octubre de 1987, dos meses antes de cumplir los 38 años, Thomas Sankara será asesinado junto a un grupo de colaboradores mientras celebraba una reunión de trabajo. Blaise Compaoré, entonces Ministro de Estado y de Justicia, compañero, colaborador y aliado en la Revolución, amigo íntimo, casi un hermano para Sankara, será el encargado de llevar a cabo uno de los magnicidios más vergonzosos de la reciente historia africana.
Apoyado directamente por Jacques Foccart y Félix Houphouët-Boigny, presidente de Costa de Marfil y auténtico baluarte del neocolonialismo dentro del continente, acabará con la vida de Thomas Sankara y borrará todo rastro de las reformas emprendidas en el país durante esos años para devolverlo a la senda del vasallaje y la obediencia.
En un intento por aniquilar su memoria, todos los documentos oficiales de su mandato y sus efectos personales fueron destruidos y su cuerpo fue despedazado y enterrado al anochecer en una tumba anónima y secreta, aunque posteriormente parte de sus restos fueron recuperados.
Blaise Compaoré continúa siendo, más de 25 años después del asesinato de Sankara, presidente del país. Burkina Faso se ha convertido desde entonces en un poderoso aliado de Francia y en su centro de operaciones en la región, apoyando sus intervenciones en los conflictos de Liberia, Sierra Leona, Costa de Marfil o, más recientemente, Malí. Donde un destacamento de tropas burkinesas se hizo cargo de Tombuctú a finales del mes pasado, liberando así a los franceses de esa tarea y permitiéndoles continuar extendiendo su control militar sobre el resto del país.
La selección nacional de fútbol es hoy en día una de las pocas cosas que mantienen unido e ilusionado al país que, con una población cercana a los 15 millones de personas, ocupa actualmente el puesto 183 de los 187 países y territorios analizados por Naciones Unidas en su último Índice de Desarrollo Humano.
El sueño de Sankara está muy lejos de lograrse porque hace tiempo que Burkina Faso dejó de ser el país de los hombres íntegros.
Fuentes de consulta:
“La patria o la muerte. Textos y discursos de Thomas Sankara”, Pravda Ediciones.
“Somos herederos de las revoluciones del mundo. Discursos de la revolución de Burkina Faso, 1983-87, por Thomas Sankara”. Pathfinder Press
“El África de Thomas Sankara”, Carlo Batá, Txalaparta 2011
“Thomas Sankara, El Che Africano”: https://youtu.be/gSGuL606hgQ
“Thomas Sankara, la Revolución Asesinada”: https://youtu.be/z7lt7UoqYiI
Thomas Sankara WebSite: http://www.thomassankara.net/
[1] X Conferencia de Jefes de Estado de Francia y África, en Vittel, el 3 de Octubre de 1983
[2] Discurso de la Orientación Pública, Uagadugú, 2 de Octubre 1983
[3] Ibídem
[4] Discurso ante la XXIX sesión de la Asamblea General de Naciones Unidas, 4 de Octubre 1984
[5] Intervención del presidente Sankara en la XXV Conferencia de Jefes de Africanos en la Cumbre de los Países Miembros de la OUA, Addis Abeba, 29 de Julio 1987
[6] Discurso ante la XXIX sesión de la Asamblea General de Naciones Unidas, 4 de Octubre 1984
[7] Ibídem
[8] Ibídem
[9] Conferencia conjunta durante la visita de Estado del Presidente francés, François Miterrand, a Burkina Faso, Uagadugú 17-18 de Noviembre 1986
[10] Ibídem
[11] Discurso ante la XXIX sesión de la Asamblea General de Naciones Unidas, 4 de Octubre 1984
[12] Intervención del presidente Sankara en la XXV Conferencia de Jefes de Africanos en la Cumbre de los Países Miembros de la OUA, Addis Abeba, 29 de Julio 1987
[13] “Las ideas no se matan”. Homenaje al Che Guevara en el 20º aniversario de su asesinato, Uagadugú, 8 de Octubre de 1987.
Autora y Fuente: Elena García
Fecha de publicación original: Diciembre de 2013.